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Estas palabras de David persuadieron a sus hombres de no dar muerte a Saúl. Cuando Saúl salió de la cueva para seguir su camino, David le gritó:

―Señor mío y rey mío.

Saúl miró, y David, haciéndole una reverencia, 9-10 gritó:

―¿Por qué prestas atención a los que dicen que trato de hacerte daño? Este mismo día comprenderás que no es cierto. El Señor te puso a mi merced aquí en la cueva, y algunos de mis hombres me dijeron que te diera muerte, pero yo no quise, porque me dije: “Jamás le haré daño alguno a mi señor porque es el ungido del Señor”.

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